viernes, 15 de mayo de 2009

A ponte de Charing Cross (Monet) por Noelia García

Do texto de Beatriz Lorenzo


It,s my only hope...

Na na na na na e a moza virxe e atolondrada camiñaba pola ponte, camiñaba cos cantares no pico, coma Rosalía. Era gris, desmotivadamente gris. E como estaba tola escollía camiños imposibles nos que pederse. Azul. Auga e ceo. Azul da vida, daquela última esperanza que lle resonaba nos tímpanos: My only hope...

Desexaría te-la capacidade da posesión: quérote e fago chass e téñote, e ves cara min sen sequera darte conta. A facultade cromática do arco da vella. Camaleónico, coma os seus ollos avelá, verdes se choras. Verde coma a esperanza aceda das pontes nas que buscaba rebuscaba verdades que non viñan.

Estar tolo é a cousa máis bonita que lle pode suceder a ninguén. Desdirixirse (polos camiños e as pontes), ve-lo que non hai (estremécete), atopar amigos imaxinarios, rir escoita-las voces as outras voces rir, senti-la alma pequeniña, a encollerse debaixo da camisa.

Mariela ten dezasete anos e os ollos virxes, as mans pequenas e o corpo de neve. Ás veces canta no peirao nanananana...e os máis dos días ámao sen piedade. Ámao como nunca antes lle falaran do amor, estremécete, e escoita a súa voz. Camiña desorbitada na procura da resposta, descalza e núa pola ponte de Charing Cross.

Ignora que Él a observa cada día, que lle cruza as mans cando dorme...


Noelia García

miércoles, 13 de mayo de 2009

El camión, de Frida Kahlo














dun texto de Jasbleidy

por Javier Fraiz

Frida languidece en el carbón del Distrito Federal.
A Frida, la puerta la anoja con un chirrido de rieles mientras se aferra a su asiento.
En la ciudad inmensa bullen las nubes como humo, por encima de las fábricas de cerámica que jalonan la piel de la 14ª interestatal.
Antes de apearse, respira en su canasto el olor de Guanajuato. Las habas enormes del rancho hierven como la piel descalza sobre un sendero arcilloso, como la tez del seno que amamanta a un bebé de tez rojiza.
México D.F. se libra ahí fuera y el corazón mariachi late con sordina.
Empieza el sol a difuminar las calles. La ciudad explota en maneras diferentes de vivir.


lunes, 11 de mayo de 2009

Campanas de muerte nocturna

Emma Velo

El cuadro es hermoso. Pensó la primera vez que lo vio. Y sobrecogedor. El cielo ocupaba la mayor parte de la tela, las pinceladas gruesas se arremolinaban en distintos tonos azules para mostrarle un cielo nocturno verdaderamente hermoso, estrellado. Iluminado por una luna, menguante o creciente, grande y amarilla situada en la esquina superior derecha. Y debajo, casi camuflado en medio de un valle, había un pueblo tranquilo que parecía descansar en esa noche estrellada. Entonces reparó en la sombra, en la figura oscura en primer plano de dos enhiestos cipreses. El árbol de la muerte. ¿Por qué allí, en lo alto del valle? Parecían amenazantes, mecidos por el viento de las pinceladas sinuosas que los dibujaban. Presagio de muerte, de desgracia. Al recorrer la copa del ciprés más alto volvió a estar en el cielo. Pero ahora se tornaba amenazante también. La noche estrellada había adquirido otro significado. Las hermosas estrellas que iluminaban la noche parecían bolas de fuego apocalípticas a punto de caer sobre el tranquilo pueblo. Puede que allí ya no haya nadie... No, sí que había gente, se veían ventanas iluminadas en las casas. Majestuosa, en el centro del pueblo, se erguía la iglesia. Su campanario se alzaba erecto hacia el cielo como una réplica a pequeña escala de los cipreses mortuorios. Es el reflejo de la parca en el pueblo, pensó. Casi se podía oír cómo las campanas doblaban la muerte de alguien. Por eso había luz en las ventanas a esas horas de la noche. Y fue entonces, mirando con detalle esas casas iluminadas, cuando reparó en la sombra de una figura que se recortaba en una de las ventanas. No sabría decir si era hombre o mujer, casi parecía no estar allí y ser solo una ilusión de sus sentidos. Es solo una sombra, pensó. O quizá fuese algo más, podría ser el fantasma solitario de aquel al que las campanas doblaban.

jueves, 7 de mayo de 2009

"Muchacha en la ventana" -Salvador Dalí. (Jasbleydy Prieto)

Navegar hacia la vida, navegar hacia la libertad que mi alma tanto necesita. Navegar, para liberarme de estos pensamientos que me atormentan; navegar, para sentirme libre como el viento y el vuelo de los pájaros. ¿Qué bonito sería ser un pájaro? Sí, sería maravilloso. Sería maravilloso volar por encima del mar, sentir el cálido aire rozando tú piel, sentir el sol dentro de tú cuerpo.

Sentir ese calor que te quema, calor que te hace sentir viva. Pero ese calor puede destruir ¿lo sabías, no?, Sí, tanto calor puede destruir. La felicidad no esta siempre, no es eterna. Los días más felices de tú vida se puedes convertir en los más trágicos, en los más tristes. Nunca olvides la realidad de tú presente, pero tampoco dejes de soñar. Soñar alto, soñar bonito… en fin… soñar, soñar con todo aquello que tanto anhelas, con todo aquello que tú corazón desea, con todo aquello que el calor de tú cuerpo ansía, con todo aquello que tú vida es y quiere ser.

Así, como hoy me encuentro mirando desde la ventada a este hermoso mar azul, este hermoso cielo y todo lo que la madre naturaleza nos ofrece, así mismo sueño. Sueño con todo lo que deseo, pero todo lo que deseo no lo puedo tener, porque lo único que yo deseo, es algo efímero, pasajero, algo que va y viene, así como este viento cálido que roza mi cuerpo, como este calor que siento, pero que también tiene fin. Por que lo único que yo sueño y anhelo, es la felicidad. Una felicidad eterna, que me saque de la penumbra en la que vive mi alma y me regocije en un mar de amor y paz, un mar eterno. Pero esa paz y ese amor solo en una persona lo puedo encontrar y esa persona eres tú, mi Dios.

De cómo una hormiga se convirtió en reloj - "La persistencia de la memoria", Dalí ... Héctor Juanatey


Era tarde para que un señor coloreado por palabras de su jefe se rindiera. Sintiendo el pesar de los minutos veía como su tiempo se apagaba. “No hay tiempo, no hay tiempo”…repetía mientras corría tras de un conejo para adentrarse en el país de una joven y sus maravillas. Schlinder mientras tanto caía de su balcón. En la mesilla de noche el Señor Naranja encontraba escondidas las palabras de Anne Frank. Una nueva orden emergía salivada por la efigie de un traje negro y su acompañante. Entre los nuevos objetivos destacaba un rescate. Steve Buscemi necesitaba a campanilla.

El sol, enemigo del tiempo por la salida nocturna de la luna, quiso derretir aquellas negras hormigas. Aquel sol, solo aquel día sin moverse, observó quieto la estampa que su Salvador había creado. Salvador Dalí.

Al fondo, un iceberg metálico reflejaba la luz solar mientras temía que las hormigas lo alcanzasen. Las hormigas aún estaban quietas pero pronto obligarían a la vida a seguir con su lucha enfurecida contra la llegada de la muerte. Muerte que en aquel momento se quedaba también quieta. Esperando de nuevo el movimiento de las hormigas. Hormigas que ella había creado. Instrumento cuy fin era matar la vida. Tiempo que nunca jamás había cedido. Hormigas que pronto recuperarían su caminar.

Lejos de allí, alguien se declaraba entre olores nauseabundos. El tonto del pueblo acudía con nocturnidad a sus clases de solfeo particular en un chalet en las afueras. Respondieron no y a partir de entonces vuela arco y flecha en mano. Algún seminarista mentiría y le diría que quedó ciego de tanto masturbarse. Quedó condenado para siempre a la práctica onanista que todavía le prometía un resquicio de vida.

El señor rosa jamás vio a campanilla. Jamás consiguió sus polvos. El objetivo destacado comenzó a evaporarse. Ya nadie podría encontrar a aquel niño extraviado en Nevermore…Cerca, escribía Leopoldo María, cigarro en mano. Los colores se vieron atrapados por el sonido de miles de sirenas. Sin saber qué hacer, fueron a esconderse con Ulises.

Ítaca quedaba lejos hace tiempo.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Nighthawks, Mari Carmen Rama

Rematei as balas. Os corpos xacían naquela cafetería como aqueles que vía de pequeno nas macabras pinturas que cubrían as paredes da igrexa á que acudía cada domingo. A violencia era para min un ritual ancestral do que non podía escapar. Levaba anos traballando para un home que fixera que as miñas mans estiveran día a día tinguidas da cor vermella a que máis temía, a da sangue. Un líquido vital que levaba sendo o meu compañeiro de viaxes demasiados anos. A nosa era unha relación de amor odio coma a de Red Bartlett e Scarlet O'hara. Despois de intentar deixar de matar dérame conta que non podía vivir sen o pracer que me facía sentir o último alento das vidas ás que poñía fin. Mais ao fin e ao cabo, sabía que se non era eu o que remataba coa historia de cada un deses nomes que día a día se ían sumando coa tinta da morte ao meu caderno de éxitos, outro sería.

Ring-ring.

De súpeto o son do móbil fíxome volver en min, levaba horas conducindo sen parar pero non lograba saber con claridade como conseguira seguir na estrada os últimos minutos.

- Bo traballo Manolo, coma sempre, rápido, discreto e infalible.
- Grazas.
- Non me deas as grazas, téñoche outro traballo para maña. As 12 e media da noite, no bar A ventana estará Xaquín García. Tes xa unha fotografía del no teu buzón. Xa sabes o que hai que facer.

Sen dicirme nin unha verba máis colgou o telefono. Sen dúbida, o estrano sería que se despedise.

Cheguei a casa canso, demasiado canso para o fácil que resultara o traballo desa noite. Abrín unha botella de Four Roses. Deixei caer unha boa dose dese bourbon que tanto me prestaba nun vaso e tireime no sofá coa fotografía de Xaquín na man e un cigarro na outra. Algo se movía dentro de min ao mirar aquel retrato. Algo tiña aquel rostro que non me deixaba estar tranquilo e me facía tremer. Caín na conta, aquel home que estaba dentro da fotografía era Xocas, un bo amigo que compartira aulas comigo nunha facultade da que hoxe non quedaba máis que o lugar onde fora construída. Deixei a foto xusto ao borde do sofá, acendín a radio e tireime na cama mentres escoitaba as teclas do piano de Bill Evans, maña ía ser un día difícil.

El camión - Frida Kahlo. (Jasbleydy Prieto)


Estas enfrente de un pequeño rectángulo observando a personas, objetos, gestos, características, en fin, una realidad reflejada en cuatro líneas unidas entre sí. Una realidad palpable en nuestra sociedad. Realidad que se plasma a través de dibujos y colores; colores vivos. Sí, vivos, ya que el mensaje que transmite, es un mensaje que perdurará por siglos y siglos; a pesar de que las sociedades evolucionen, hay bases que nunca jamás van a cambiar.

La diversidad de culturas es una de esas cosas que ¡nunca van a cambiar! Gracias a Dios que eso nunca cambiará, ¿por qué? porque si no fuera así, ¿qué sería de las sociedades futuras? ¿Qué sería de nuestros hijos? y ¡¿del mundo en sí mismo?!
¿Qué sería de nuestro ancestros indígenas? aquellos que estuvieron en el principio del mundo; en el principio de la colonización de América. Aquellos que andaban descalzos, desnudos, que no sabían el significado de la riqueza que tenían bajo su poder. Esa riqueza de color amarillo y brillante, que despertó la avaricia del hombre blanco. Tan grande fue su avaricia que no dudaron en despojar de su inocencia a nuestros ancestros latinoamericanos. No solo nos despojaron de nuestra inocencia, sino de nuestros dioses, nuestras costumbres, hasta de nuestra lengua. Todo esto a cambio de ¿qué?, de lo que en la actualidad llamamos “civilización”.

Dentro del bus, enmarcado por cuatro líneas; líneas que nos representan los cuatro puntos cardinales. El hombre blanco hace alarde de su poderío, vistiendo sus finas ropas y, llevando consigo su suculenta bolsa de dinero. Dinero, que es originario de nuestros ancestros.
Su mirada despótica hacia la humildad, humildad reflejada en un rostro lleno de tristeza llevando consigo el fruto de un amor; un amor pasajero, que le ha dejado una bendición y a la vez una carga. ¿Por qué carga? porque solo tiene con que alimentar a su hijo, los senos que la madre naturaleza le otorgó.
La señora humildad le dijó al señor poderío: por favor, ¡ayúdeme! y su única respuesta fue un gesto de dominio e indiferencia. Indeferencia a una realidad que está sentada junto a él.

Toda la llamada civilización comenzó hace muchos siglos atrás, generando las diferentes clases sociales, desde la aristocracia hasta la pobreza absoluta; pasando por diferentes niveles. Niveles en los que se encuentra nuestra sociedad. Uno de esos niveles esta en ese hombre vestido con un overol azul y unos zapatos viejos. Un hombre que representa la esclavitud y el mestizaje entre negros y blancos. Un mulato, que en su rostro muestra preocupación, ganas de superación, fuerza. Un hombre que nos pregunta ¿por qué existen las diferencias sociales? Pregunta a la que nadie sabe dar respuesta. Sólo hay una realidad, y esa realidad es que hay que vivir el día a día, es decir, hay que trabajar y trabajar para poder sobrevivir.

Ahora, sólo ¿el trabajo remunerado es trabajo?, sólo el que un ser humano sea retribuido monetariamente significa que trabaja. Josefina, mujer de cabello negro y vestido blanco, que lleva consigo una cesta, sabe que esto no es verdad. Qué la realidad del hogar a veces es más dura que la realidad del esfuerzo pesado. Ser madre, esposa, y mujer; no es tarea fácil. Pero, la cruda realidad es que nadie reconoce este nivel social. Se tiene que elegir entre ser mujer, madre, ama de casa o mujer exitosa y con futuro. Ella nos pregunta ¿por qué existen las diferencias de género? Pregunta que es como el proceso del agua potable. Primero sale del río y, tiene que pasar por un proceso de purificación hasta llegar a los hogares. Aún falta una parte del proceso de purificación para que la igualdad de género llegue a completarse al 100% en nuestra sociedad.
Rebeca, sentada junto al burgués americano entiende de esto muy bien; ella eligió ser mujer exitosa, antes que madre y ama de casa. Ella decidió el rítmo de su vida, un rítmo que no la hace feliz en toda plenitud; porque una mujer no es totalmente mujer si no puede cursar íntegramente el ciclo vital femenino. Nivel en el que la mujer debe ser madre, para comprender la esencia de la vida. Don con el cual Dios honro a la mujer; el don de concebir y procrear la Vida.

La inocencia reflejada en la niñez. Niñez mirando desde la ventana hacia uno de los puntos cardinales. Niñez mirando hacia la industrialización. Niñez que representa el futuro del mundo. Ingenuidad que esta siendo manipulada con los mensajes subliminales que envía nuestra sociedad a estas pequeñas criaturas que sueñan con el futuro, que sueñan con lo que desean ser de mayores. Ingenuidad que en la civilización de hoy en día ha cambiado el sueño de ser presidentes por el sueño del poder, el dinero, las armas, la tecnología. Niñez que ha cambiado las canicas, los cochecitos, los puzzles, por los videojuegos e Internet. Entonces, ¿A dónde va nuestro futuro? respuesta que gracias a los avances tecnológicos, pronto podremos encontrar en Internet.

A pesar de todo esto, la realidad es una y sólo una. Dentro de éste bus están todos los niveles, es decir, estamos todos nosotros. Y, somos todos nosotros los que tenemos que seguir luchando para afrontar las desigualdades sociales y culturales. Pero también luchar para seguir creciendo como personas, como seres humanos, luchar para que la humildad de nuestros hijos no se vea manipulada, luchar para que esa diversidad de culturas que la colonización hizo posible no se siga viendo enmarcada en niveles, niveles definidos en los cuatro puntos cardinales.

Marie Jasbleydy Prieto Gómez

martes, 5 de mayo de 2009

A inocencia das amables intencións, Mari Carmen Rama


Estaban en puntos case opostos, vían a vida dende diferentes lados dunha mesma mesa. Ela era nova e alegre, el escuro e no seu rostro adiviñábanse os trazos dun fracaso que lle chegara demasiado cedo e aínda non superara. Era media tarde e xa estaban vestidos para ir á festa que comezaba dúas horas máis tarde.

- Algún día deberías deixar de fumar, dicíalle el.

- Vesme co pitillo na boca agora mesmo? Estou farta de que me controles.

Apoiando unha man na outra, intentando disimular os tremores da súa perna dereita quería dicirlle o moito que a quería, mais non conseguía que as verbas saíran dos seus beizos. Cada palabra que articulaba era un erro. A diferenza de idade era unha pedra no camiño que non conseguían saltar.

- Non quero controlarte, so quero o mellor para ti.

- Non sei se iso é o queres. Teño que aprender a mentirche, e ti a dicirme a verdade.

- So ves escuridade ao meu redor. Sabes que para min es o máis importante, a única que consegue alegrarme os días. Nunca che mentiría.

- Non empeces, non quero falar de nos, non quero que cada conversa remate cuestionándonos o porque da nosa relación. Deixa xa o conto e céntrate. Dígoche que non me apetece ir a esa festa. Non quero estar rodeada dos teus compañeiros de traballo. Non me gusta que me miren como se fose unha nena a que deixarás de querer cando a idade se empece a notar na miña pel. Non quero ser un xoguete co que che gusta divertirte e do que te vas a cansar antes de que pases a seguinte folla do calendario.

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El Puente de Charing Cross. Monet.


Por Beatriz Lorenzo.
O día estaba azul. A cor reflexábase no ceo, na auga, na paisaxe. Mesmo azul era a pequena barca que se atopaba no medio do río. Esa cor ofrecía a todo aquel que a contemplase unha sensación de sosego, tranquilidade e paz, porque o azul é a cor da pureza. E esa mesma pureza reflectía o ambiente do lugar.
O azul tamén simboliza a tristeza e a melancolía. A soidade. Ela tamén estaba presente aínda que ninguén a puidese observar. Os máis inxenuos preferían esquecela, os máis ávidos buscábana no máis esquecido dos recunchos. Unha soidade que abrazaba a barca, a vela, as augas, a ponte, o ceo.
A néboa cubría toda a paisaxe. Todo o que se podía contemplar era unha borrosa ponte entre a espesura. A friaxe, o amencer, os tímidos raios do sol que se asomaban dende o horizonte. Todo acompañaba naquela máxica estampa dunha mañá de inverno. Ou quizás fose de outono. Iso era o de menos.
Albiscábanse dúas diminutas persoas no interior da barca que cruzaba o río, borrosas, igual que a auga e que o ceo. Igual que as tímidas columnas de fume que brotaban dalgún tren que cruzase sobre a ponte de Charing Cross.
A néboa da mañá distorsionaba as cores e difuminaba os edificios. Era a mesma neblina que deixaba pasar algúns raios de sol entre o seu manto e revestía a tea dun velo rosado no ceo. A sensación de irrealidade que creaba a néboa era patente en tódolos recunchos da imaxe, dende a ponte ata as augas que carecían de reflexo algún, como se de unha postal se tratase.
A barca simbolizaba a travesía, o comezo dunha viaxe, a viaxe dunha vida que podería comezar naquela mañá de outono, ou de inverno, co acompañamento das casas do parlamento distorsionadas pola néboa que cubría o lugar.

sábado, 2 de mayo de 2009

O xeógrafo, Vermeer


Por J. Fraiz

Semella que aquela mácula no ceo entra na costa, tordeando de onda a onda, polo fel que emana do sol.
É verán e pola fiestra da casa albíscase o mar
alén das súas estremas, peneirando a escuma nas nubes.
A lóxica, matemática, poliédrica, retén as texturas expresionistas que dan forma ás paisaxes do desembarco.
Ao contario,a herdanza que asino co meu nome é un recanto
opalino dibuxado nun mapa chairo,como os que enfeitan o piso.
Estes describen lugares incertos, viaxes que non chegaron a porto, a miña indisposición para traspoñer os ángulos, as rotas e as cidades.
Os barcos recén amarran berrando historias de ultramar. Unha
ducia de homes baixan a terra coas facianas fendidas de salitre.
Logo vén a quenda dos estibadores e os intermediarios que mercan á regueifa no cabo de peirao, fronteira difusa con este mundo.
Sairía da habitación ata onde o mar bica con furia as pedras dos cantís. Escrutaría cada imperfección, oiría cada historia mariñeira e logo faría un mundo de verdade sen necesidade de ser excesivamente preciso co compás, faría un mundo para nos guiar con tino pola terra e as augas bravas.

Nighthawks, Edward Hopper

Por A. Ramos

A escuridade sumía aquel cruce nun silencio inmaculado. Só aquela cafetaría puña un pouco de claridade entre tanta tebra. A luz escapábase polo amplo ventanal que transformaba o local nunha gran peceira na que a indiscreción podía navegar sen medo a un violento naufraxio. Sobre a barra, descansaban tres cafés fumegantes diante de outros tantos clientes. Entre eles, só camiñaba a ausencia de palabras. A muller, de longa cabeleira cobriza, bicaba a nicotina. Fumaba coa mirada perdida na cortina de fume que fuxía como un cabalo entolecido da súa boca. Unha das súas mans aloumiñaba a barra cunha suavidade despistada que tentaba atopar un xesto de amante do seu compañeiro nocturno. A xeografía humana daquela muller de cabelos de cobre desbordaba a súa voluptuosidade enfundada nun vestido vermello que permitía que a imaxinación tivese un traballo máis que agradecido. O seu peito aberto ao ceo sen máis cuberta que a súa branca pel e as súas curvas agochadas detrás da barra facían que o sangue se acumulase na brúxula endurecida de calquera home. Pero o cabaleiro que descansaba da noite ao seu carón non semellaba prestar atención a aquela Lana Turner sen branco e negro. Miraba ao fronte e esquivaba con disimulo incómodo a man feminina que buscaba unha pingas de cariño coas puntas dos dedos. Ollaba ao infinito, ficando xordo de palabras e mudo de sentimentos. Envolvíase baixo o seu sombreiro nun mundo de soidade, nun mundo da peor da soidades. Sentíase abandonado de calquera compaña terreal mentres ao seu carón xacía un anxo que estaba disposto a caer do ceo. Pero o home, impasible, sen escoitar tentacións, só prestaba atención ao arrecendo do café nocturno que fervía na cunca que tiña ao seu carón.
De costas á cristaleira, un home de traxe gris vivía a súa noite. Sentado na alta cadeira, recostado sobre a barra, non apartaba a mirada dun punto indeterminado do marrón da barra. Illado de todo, illado de si mesmo, maldicía sen pronunciar verba aquela longa noite, unha de tantas, despois dun longo aínda máis longo. Apenas reparaba na presenza dos outros mouchos engaiolados da noite. Non prestaba atención ás curvas da Lana Turner libidinosa que, quizais non sería quen de transformar a auga en viño, pero ben seguro podía trocar a luxuria de pecado capital en sacrosanta virtude. Mirara de esguello, coa indiferenza bailando un tango desgarrado coa súa pupila no mar da retina. Percorrera coa meniña dos seus ollos as curvas sinuosas que perfilaban as fronteiras da súa silueta. Pero tan só un segundo, tan só un instante e volveuse perder no seu silencio solitario. E, inda si, atrevérase a facer moito máis que o cabaleiro que miraba á nada ao lado daquela Lana Turner.
O ruído do billa resoou en todo o bar. O camareiro fregaba baixo a barra a última cunca que quedaba. Empregaba o xabón sen necesidade de mirar o que andaba a facer. Como un autómata, aloumiñaba a peza de louza coa escuma escorregando por entre os dedos. Sen pudor, sen rastro de timidez, escrutaba como un cruel terapeuta a fauna coa que lle tocara lidiar nas alturas da madrugada. Miraba a señorita de arriba a baixo co descaro e a valentía que lles faltaba aos outros dous. O home de traxe gris que adormecía na barra coa mente varada nalgún punto dunha fantasía solitaria provocáballe,a o mesmo tempo, medo e pena. Non sabía cal dos dous sentimentos gañaba no seu interior, pero estaba convencido de que nunca lle gustaría estar alí, estar dentro do seu traxe e da súa pel. Sentía que era un auténtico afortunado nese lado da barra, protexido de toda vulnerabilidade baixo o seu uniforme. Eran as mil e estaba alí, traballando. E prefería o fastío da obrigación sobre ombreiros loitando co soño antes que a soidade voluntaria e forzada que destilaba aquel home perdido entre tebras.
Nun coche aparcado, ao outro lado da rúa, un home fumaba observando aquela peceira. Cando rematou coa última calada, guindou a cabicha pola fiestra. Expulsou o fume do seus pulmóns e arrancou o coche. Circulou solermiño sobre o asfalto, parou diante da cristaleira. Unha lufada de disparos atravesaron o silencio da noite. A gran cristaleira rompeu en mil anacos que alfombraron a beirarrúa. Os catro mouchos engailados na noite non tiveron tempo nin de berrar. O vermello tinguiu o chan dun local mentres que o ruído do queime das rodas anunciaba unha fuxida a toda velocidade. Despois, outra vez silencio até que o ruído de detectives e periodistas acordoou aquela esquina.


Pintando cine, Emma Velo

Era una idea cojonuda. Elegante, muy años 40... Sí, desde luego había tenido una buena idea al acercarse a la exposición de Edward Hopper. La escena quedaría de puta madre. Era una muerte muy digna para el personaje de Nick. Aunque, seguro que daba un giro más interesante a la trama si en vez de ser desde fuera, los disparos se produjesen dentro del bar. ¿Quien sería, entonces, el asesino? ¿El anciano camarero? No, no, así no funcionaría, su actitud era muy serena y mecánica como para sacar una Thompson de la barra y matarlos a todos. Joder, claro, ¿y el tipo solitario? No, de ningún modo. El tipo solitario era una pieza clave de la historia, debía morir en esa escena, no matar. Si cambiaba eso tendría que cambiar todo el puto guión. Ah, la chica... la hermosa y desafortunada Mia, la mujer florero de Nick. Ella... Sí, con ella podría funcionar. Veamos, está harta de Nick, no es ningún secreto que su matrimonio es solo un ritual ante la familia, una apariencia de normalidad necesaria para el negocio y sobre todo, necesaria ante el padrino, tan preocupado por la descendencia. Él la trata peor que a un perro, no la quiere, eso se ve durante toda la película. Le pega, solo la besa en público, y la trata de estúpida. Solo la quiere para exhibirse en los teatros y cines de la ciudad. Es un auténtico cerdo con ella. Pero Mia se ha cansado, piensa tomar cartas en el asunto. Pero, ¿cómo? Ella tampoco puede sacar un arma como si nada... Claro, es perfecto, un pequeño revólver en el liguero. Primero mataría a Nick que está sentado a su lado sin hacerle caso. Después... después iría el hombre solitario, es mejor no dejar testigos, nunca se sabe con la mafia. Y finalmente el asustado camarero. Solo falta un detonante. Veamos. Vienen del estreno de esa película en la que el padrino ha movido los hilos para que la hermana de Nick sea la protagonista. Pero Nick no ha querido quedarse a la fiesta, siempre el trabajo. Ella tenía ganas de salir, de relacionarse con otra gente. Han discutido. Y han acabado en ese bar de enorme cristalera, sentados como dos peces ante una calle vacía y oscura. Entonces, el detonante. Mia está cansada, aunque Nick la trata a patadas, ella busca cariño. Ve su mano en la barra y extiende sus dedos buscando el contacto humano, buscando el cariño. Pero Nick la rehuye. Ella llevaba semanas preparándolo y desde hacía unos días escondía siempre un revólver bajo la falda, eso tiene que verse en una escena anterior. Entonces, harta ya de todo, y viendo que su marido no le concede ni el mínimo gesto de cariño, acerca la mano lentamente a su pierna, saca el arma y dispara. Pum, Nick. Pum, el hombre solitario. Y pum, el camarero. Ah, mierda, pero ella también tiene que morir. ¿Cómo puedo hacer que...? Ya lo sé. Al terminar se suicida. Es perfecto. No, no, hay algo que no encaja. Él lo había imaginado de otro modo... más rápido, más impactante. ¿Qué falla? Claro, es eso, la cristalera. La cristalera ha de romperse. Entonces la opción correcta es la primera. Ha de ser Harry, que tras seguir a Nick y a su mujer toda la noche, ha visto en esa calle solitaria la mejor oportunidad para llevar a cabo el encargo y terminar con el matrimonio. Bajar la ventanilla, sacar la Thompson, abrir fuego. Cristales y sangre, eso es, así quedará espectacular en la pantalla. Ahora solo le restaba hablar con el gilipollas del productor, Stevenson, y conseguir que financiase la escena. Si le digo que es imprescindible, puede que lo consiga. Además, el cabrón me lo debe, ya recortó bastante en la muerte del cementerio, aquello quedó vulgar por su culpa. Y bueno, si al final no se consigue el dinero, siempre queda la opción de Mia.



Apariencia perfecta. Por Beatriz Lorenzo

Tranquila. Amable con todo o mundo. Sempre cun sorriso na boca. Ben vestida. Traballadora. Cunha vida perfecta. Ou case perfecta. O cor apagado dos seus ollos reflectían que a situación non era para botar foguetes. Era unha boa ama de casa, boa esposa e compañeira. Todo o mundo a adoraba e ela era semellaba adorar a todo o mundo. Polas mañás facía as tarefas da casa, preparáballe o xantar ao seu home antes de que marchase ó traballo e logo ía á compra. Subíalle o pan ó veciño do quinto que estaba en cadeira de rodas, e de cando en vez, coidaba dos fillos de Maruxa, a súa curmá, mentres ela ía de compas, ou de paseo, quen sabe.
Limpaba a casa, tiña todo perfectamente ordenado e no seu sitio. Era fráxil, delicada, aínda que rara vez caía enferma. Cando o seu home chegaba do traballo tiña a cea preparada e a mesa posta. Afanábase por intentar que todo saíse como el quería e esperaba que algún día escoitase saír da súa boca un tímido “grazas”.
Era miúda, con pernas longas pero delgadas. A súa pel era da cor da neve e o seu cabelo loiro alaranxado. Sempre estaba ben vestida aínda que non fose a saír da casa. Nunca se poñía pantalóns, iso era cousa de homes, e tampouco saía da casa sen botar polvos na cara e color nos beizos. Non pasaba desapercibida entre o público masculino cada vez que camiñaba contoneando as cadeiras pola rúa, espertando a atención dende o máis novo até o mais ancián. E iso era o que desexaba.
Saía todas as noites a tomar algo ao bar da esquina. Alí desafogaba as súas penas, unha triste vida chea de apariencia e enganao, vida de miserias e de penas. Unha vida na que aparentaba ser algo que realmente non era, e que tampouco desexaba ser. Unha andaina a carón dunha persoa que nin sequera miraba para os seus ollos cando chegaba á casa.
Pero a vida era moi complicada para ela, e a única persoa que a escoitaba realmente era o camareiro do bar. Unha persoa que tiña percorrido un camiño moito mais longo que o dela. E que por suposto, podía darlle bos consellos, aínda que ela os volvese a esquecer coa luz do día.